jueves, 15 de marzo de 2007

Huecos y seda

Habituado a la soledad, tus suaves palabras
susurradas a escasos centímetros de mis oídos,
me devuelven un mínimo porcentaje
de mi perdida capacidad de creer
que hay algo mas allá del onanismo.
Oigo palabras cadenciosas, suaves murmullos,
oigo tus manos suaves en mi pelo,
oigo fantasías de pelo corto y ojos tristes,
oigo tatuajes rozando sedas…
Luego, cuando me mandas mensajes al móvil,
mientras me alejo de tu casa oyendo a Wagner,
mientras huelo el sudor triste y amargo
de la gente que va en el autobús,
me vuelvo a sentir solo, hueco, absurdo…
Y es por eso que las noches son largas,
los gin tonics cortos, los días tristes,
los tópicos redundantes y Diamanda tierna.
Es por eso que ya no me creo mis propias mentiras
ni mis arrebatos de sinceridad y politoxicomanía.
Porque espero que, en alguna parte, haya alguien
esperando que alguna palabra amable
salga de mi flujo de odio y miedos,
de mis silencios largos y tristes,
de mis retrasos, mis chistes malos,
mis obsesivos fetichismos de manual…
No se si serán sus ojos azules, o su sonrisa,
o quizá el piercing de su lengua,
lo que consigan que me vuelva loco,
que fluyan sentimientos y sensibilidades
que, seguramente, tenga escondidos muy dentro,
todavía envueltos en celofán y por estrenar.
Cambiaría años de cinismo por una tarde de sofá,
horas y horas de ir a la contra, sin control,
por abrazos y caricias mientras, en las calles,
detrás de tus cortinas, se está poniendo el sol…

miércoles, 14 de marzo de 2007

Pequeña reflexión frente al dolor de cabeza

Frente a unas patatas bravas y unas cervezas
te miré, triste y asustado, a los ojos.
Dejé caer mis manos a tus rodillas y te besé.
Mi lengua se cruzó con la tuya en amistosa pelea
y mi cerebro pensaba en beberse varias rondas más.
Quería alienarme, saltar, insultar a los chinos,
dejarme el sueldo en prostitutas. No besarte.
Me sentía falso, hipócrita, vengativo.
Me aproveché de que habías dejado a tu esposa,
que estabas en horas bajas, que llevabas dos días
sin tocar un cuerpo, caliente y accesible como el mío,
para violarte en el baño de un bar. Sórdido, sucio.
Como mi alma, como mis besos, como mi sexo.
Mientras me corría dentro de ti te miré.
Tenías la boca cerrada, tus ojos, abiertos,
miraban hacia ninguna parte. Como muerto.
Allí te dejé. Con los pantalones en los tobillos
y mi alma resbalándote entre las piernas. Vacío.
Cuando llegué a mi casa me tumbé en mi sofá,
el que tu me ayudaste a comprar. Rojo y naranja.
Con la manta que robamos en aquel hotel de Lyon.
Me fumé un cigarro. Luego otro. Y otro más.
Me bebí media botella de whisky y seis cervezas.
Cuando amanecía mis ojos, rojos y hinchados,
no me permitían ya ver más que tu cara.
Diez días más tarde, en el mismo bar de aquel día,
mientras desayunaba por última vez,
camino del edificio más alto de Barcelona,
te vi pasar por la calle. Sonreías.
ibas de la mano de un chaval de 18 años,
de pantalón roto y cresta en la cabeza.
Pensé en llamarte, pero un pensamiento fugaz
y una sonrisa me pararon tu nombre en la garganta.
Tu ignorancia me haría más feliz.
Tu también tienes anticuerpos. Y no lo sabes.